Alejandro Sales, hombre culto y muy viajado, de talante epicúreo y titular
de la galería de arte barcelonesa que lleva su nombre, ha querido celebrar la
amistad que le une al consagrado artista Francesc Artigau con una exposición
que se inició en diciembre del 2015 y que sigue montada a mediados de febrero.
Con el fin de amenizar el periodo expositivo organizó ayer, miércoles día
diez, una charla a caballo entre el arte, el trabajo de su amigo pintor y el
placer de la buena mesa y de la mejor compañía.
El prodigio, al que fui invitado y del que fui privilegiado testigo, fue
precedido de una excelente comida "en petit comité" -los señores Artigau y Sales y quien esto escribe- en “Alastruey”, un restaurante poco conocido,
discreto, clásico y riguroso en la calidad y en las formas de hacer, situado de
la parte vieja de la ciudad y que es también –y sobre todo- el lugar en el que el
artista come cada día. Magnífica comida
y un espacio de tiempo entre la complicidad, las vivencias, el talante
de cada uno y los placeres que dimanan del tiempo compartido entre gente de
respeto.
El almuerzo duró lo que nos pidió el cuerpo y fue seguido del trayecto en
autobús hasta la plaza Gala Placidia ,
muy cerca de la Galería Alejandro
Sales. Artigau, que no es de los que pierden el tiempo,
aprovechó el desplazamiento para dibujar en su bloc de apuntes los rasgos de
una pasajera joven y visiblemente perjudicada por la ingestión de algún tóxico.
A las seis y media, hora prevista para el inicio del coloquio, unas
cuarenta personas habían ocupado las sillas plegables previstas al efecto y
Artigau y yo mismo abrimos la charla bajo la mirada atenta del patrón.
Comentarios acerca de lo engullido poco antes, recuerdos vinculados a algunas
de las grandes casas de comida de la ciudad –Amaya, Can Soler y otras-
anécdotas, sonrisas y buenas maneras hasta que poco a poco el entorno pictórico
se impuso y los presentes, lógicamente más interesados en la labor creativa del
artista que en nuestras disquisiciones gastronómicas, se dejó seducir por el
relato de Francesc Artigau, por su proceso de creación y por la “petite
histoire” de cada una de las obras expuestas.
Un cúmulo de explicaciones fascinantes, de claves que nos permitieron
conocer facetas recónditas del hilo creativo, de los tiempos, de los periodos
de maduración y en resumen del ritmo que este artista que ha superado los
setenta juveniles años de vida imprime a su trabajo de cada día.
Pinceladas en las que se dan cita recuerdos de los primeros años de la
posguerra, la infancia, el almacén familiar de “atrezzo” para teatro y
cine, y otros hitos personales que
influyen en su carrera en forma de matices y de tendencias a penas evidenciadas
y que se entremezclan entre sí.
Seis horas de privilegio y de aprendizaje, se lo aseguro.
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