Un servidor de ustedes no es fumador.
No he fumado nunca, con alguna excepción puntual, pero a pesar de ello no
me molesta que la gente fume a mi lado o incluso en mi casa. Amistad rima con
libertad.
No soy fumador pero a pesar de ello fui invitado hace pocos días a la
inauguración de una asociación singular, el Club de Fumadores Habana, instalada
en el subsuelo medieval de un estanco de la parte más antigua de Barcelona, en
el corazón del “Barri Gòtic”.
La primera impresión fue sumergirme, a medida que bajaba por las escaleras,
en una nube de humo aromático cuyo origen era la docena larga de personajes que
fumaban con recogimiento sendos puros. ¡Qué maravilla!
Los oficiantes fumaban, concentrados en el placer de los elegidos e
intercambiando entre ellos la opinión que les merecía el cigarro que
degustaban. Un lenguaje hermético y de difícil comprensión para un neófito como
yo y que ellos usaban a modo de código de reconocimiento.
Opté por aguzar los oídos y las entendederas, por aprender y a veces,
cuando se terciaba, preguntar el significado de voces tan nuevas para mí como “cepo”,
“añejamiento”, “impregnación” y otras, cuya sonoridad y significado me
sorprendían en tan singular contexto.
Los impulsores del club, Xavi Rovira y Miguel Pirt, han amueblado el
espacio con voluntad de hacerlo íntimo y confortable. Sillones y sofás
clásicos, mesillas, luz tenue y una discreta circulación de aire que permite
respirar además de fumar.
Para celebrar la puesta de largo de la institución propusieron a los
invitados, además de los fastuosos puros “Macanudos”, el original maridaje de
un brandy Lepanto reposado en barricas de Pedro Ximénez, un producto muy bien
elaborado y de una suavidad y un “bouquet” sorprendentes, con queso stilton,
presentado sobre sutiles tostadas que cedían al producto inglés el protagonismo
que merecía.
Me sorprendió sobre todo la calidez de las relaciones que se establecieron
de forma espontánea durante la reunión. Intuí que el fumador de raza, tratado
durante los últimos años como un apestado, revive y recobra la alegría y la
libre expresión de los sentimientos cuando puede fumar entre pares y sin cortapisas, comentando con los de su condición la excelencia del producto que
consume a bocanadas.
Sin conocerme me tendían la mano y se presentaban, interesándose por el
motivo de mi presencia en aquel privilegiado lugar, por mi dedicación
profesional, mi circunstancia y mis aficiones. Intercambio de tarjetas de
visita, charlas y desde luego un porcentaje de quejas, amargura y desilusión
muy inferior al que nos aflige en cualquier otro ámbito.
Buena gente, los fumadores.
Uno de ellos, Mario Gutiérrez, ingeniero de caminos y autor de “La Fuma del
Puro”, un libro de considerable tamaño que analiza de forma prolija y pormenorizada no sé cuantos
puros, repartía conocimientos con generosidad y fumaba a su
vez, relatando las sensaciones que el portentoso producto le deparaba a un
corro de compañeros de afición que no se me antojaron menos duchos que él en el
arte de reducir los cigarros puros a ceniza, extrayendo de ellos placer, buenos
ratos, cordialidad y alguna materia cuyo nombre se me escapa y que parece estar
en el origen de la amistad, de las buenas maneras y de la satisfacción
civilizada y social.
Interesante y enriquecedora velada.
Pierre Roca
Club de
fumadores Habana
Baixada de la Llibreteria, 8
Barcelona
www.elclubdefumadores.com
Interesante y enriquecedor post, Pierre. Casi se puede gustar del ambiente que se describe...una delicia de lectura
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