miércoles, 21 de julio de 2010

La Plata



La bodega La Plata, en la confluencia de las calles de la Mercè y de la Plata, en el casco viejo de Barcelona, es un magnífico ejemplo de negocio que sigue fiel a su propuesta inicial, al espacio que lo vio nacer, a las formas e incluso a la clientela.

Aquí se trabaja el pescado pequeño. La fritura recién hecha de boquerones, sardinas, morralla y otros peces de pequeño tamaño que sirven en platitos de los de taza de café y que el personal degusta cogiéndolos con los dedos sin más protocolo que la limpieza de las falanges con servilletas de papel casi transparentes, sutiles y toscamente impresas con el nombre del establecimiento. El pescado varía en función de la época, del precio e incluso del tiempo.

Chato o porrón de vino. O cerveza –aquí triunfa el popular “quinto”, llamado botellín en otras latitudes-.

Además del pescadito las ensaladas de la casa, también en plato pequeño, de tomate, cebolla y olivas arbequinas, con el añadido, a gusto del cliente, de dos filetes de anchoa en conserva. O el pincho de butifarra frita al instante. O el huevo frito.

La panoplia no varía desde hace lustros y sigue sin figurar en ninguna carta o pizarra a la vista. Los clientes de siempre saben lo que hay y los que se estrenan ven la consumición de la mesa de al lado y piden lo propio o lo señalan con el dedo si el Creador no los ha adornado con el don de lenguas.

Mesas de mármol, sillas de taberna y en verano un par de barricas que se sacan a la calle para que el personal las use a modo de barra mientras se zampa raciones de pescado y tira de porrón.

Las cuentas normales no sobrepasan los diez euros por persona.

Me sorprende que nadie, en esta ciudad emprendedora, haya copiado el invento, que tampoco es tan complicado. Una freidora industrial, un pequeño espacio culinario, la cámara correspondiente, la pequeña barra que desborda a la calle, las mesas y las sillas.

Y el retrato del fundador pintado al óleo y alguna foto en blanco y negro y la rutina convertida en coreografía. Y, me olvidaba, la clientela que acude día tras día.

El local no hace concesiones con los horarios. Abre antes del mediodía, cierra a la hora de la siesta y reabre antes de la cena para cerrar de nuevo pasadas las diez de la noche. Domingos cerrado y vacaciones en agosto.

No creo que los gurús de la economía se entretengan en analizar el funcionamiento, el flujo de caja y la cuenta de resultados de negocios de ese porte, pero estoy convencido que La Plata, que se mantiene con el trabajo diario de su cabeza visible, de un camarero y de la mujer que maneja la freidora, es un muy buen ejemplo de empresa sostenible, rentable y que no requiere de inversiones asustantes para su puesta en marcha.

Requiere, eso sí, contención en la idea, trabajo constante, fidelidad a la propuesta y el diario ritual de dar buen servicio a la parroquia.

Que no es poco.


Pierre Roca


Bodega “La Plata”
Mercè, 28, Barcelona
Tel. 933 151 009

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